Disfrazados

Supongamos que aún no nos hemos perdido,
que aún caben nuestros sueños en el tiempo.
Supongamos por un momento que aún no nos hemos rendido,
que aún caben las fuerzas en nuestro tiempo.

Quizás nada de lo que quisimos ocurrió como quisimos, quizás todo parezca un cuento de mal gusto, escrito por un loco escritor, que nada sabía de le Felicidad.
Vemos a la gente pasar a nuestro alrededor, todos con sus ajetreadas vidas. Todo y todos pasan, ¡corre que no hay tiempo! Y a lo lejos se van, se llevan tu tiempo y tus ganas.
Yo aún no he conocido al tiempo, o al menos no lo reconozco. Claro que a veces pienso que he debido pasar continuamente por el tiempo, pues ya no soy el mismo ni me veo igual. Mi cuerpo ha cambiado y mi mente ha cambiado, así como lo ha hecho mi entorno. No hay lugar a dudas, he pasado por el tiempo, demasiado deprisa tal vez. Sin embargo, tal vez el tiempo no haya pasado por mi, al menos no con la misma intensidad con la que yo he pasado por él. Aquello que dicen de vivir sin estar vivo, o estar vivo sin vivir. Aquello que cuentan de abrazar el tiempo, de conocerlo y tutearlo, sentir que ha pasado por cada rincón de tu cuerpo de la misma forma en que tú has recorrido cada una de sus grandes calles y escuchado cada uno de sus misterios. Tal vez el tiempo no sea así. Tal vez nada es lo que parecía, y la vida no es lo que esperábamos. Quizás somos muy exigentes con la vida y lo somos muy poco con nosotros mismos. Quizás no estuvimos a la altura, y quizás seguimos sin estarlo.

He oido que el tiempo no debe ser perseguido, ni se debe desear encarcelarlo en nuestras torpes y egoístas manos. Dicen que el tiempo se deja encontrar, si eres capaz de sentarte y esperar en el lugar más hermoso que puedas imaginar y crear el momento más perfecto que puedas crear.

He oído a ancianos decir que no existe la felicidad, que tan solo es una bella palabra creada para enloquecer a los necios, y asegurarse de que jamás puedan dejar de perseguir su locura. Y luego, en una noche fría, lees los versos de un poeta enamorado, y te preguntas si aquellos ancianos llegaron alguna vez a sentir lo que sitió el necio que eligió perseguir su locura hasta encontrarla.

Supongamos que aún no hemos enloquecidos,
supongamos que aún podemos disfrazar el camino.
Y que hoy, en la orilla de esta playa, fundiremos nuestra locura en la arena,
para entregársela al tiempo.

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